Cristina apretó los
ojos, se sentía cansada y aun tenia bastante sueño. Un
fuerte apretón en el brazo la había despertado
a medias. No surcaba por su mente el abrir los ojos. Las sabanas
envolviendo su cuerpo estaban bien tibias y confortantes, aunque
el colchón no, una protuberancia le molestaba en la
espalda. Entonces no tardó en abrir los ojos a pesar de
que sus parpados agotados intentaran impedírselo.
Enseguida notó algo diferente: la oscura habitación no
era la suya.
Reparó encima de la cama, agobiada y con los ojos por salirse de sus cuencas. Cuando miró las sabanas ennegrecidas y mugrientas difícilmente contuvo un chillido.
¿Qué era ese lugar? ¿Cómo o quien la había llevado ahí? ¿Cuanto tiempo llevaba y cómo es que dormía tan impertérrita? Todo esto se preguntaba.
De un brinco saltó de la cama, esquivó papel periódico quemado y basura maloliente, y de todos modos cayó sobre un charquillo en la alfombra peluda, mojando sus pies descalzos.
“Miedo”, fue lo primero que llegó a su cabeza tras analizar minuciosamente el liquido espeso y frío bajo sus pies. Hacía que la alfombra casi se viera negra a pesar de que el color granate no era oscuro, y despedía un olor que le resultó familiar… hierro.
De inmediato sus sentidos se alteraron, su respiración se volvió dinámica, el latir de su corazón fluía desbocado, y su mirada clandestina vagaba sin rumbo elocuente.
-¿Cómo salgo de aquí? -débilmente susurró.
Después de unos segundos de meditar la situación sin llegar a un punto claro comenzó a mover la cabeza de lado a lado. Deslizó los pies temblorosos hasta llegar a la primer puerta que pudo visualizar, la perilla tenia manchas de oxido. De un tirón giró la chapa y la puerta casi se le vino encima. Un olor nauseabundo le inundo las fosas nasales al grado de provocarle leves convulsiones de repugnancia. No lo había notado, pero la puerta que ella abrió no era una salida, era de un armario pequeño. Su rostro comenzó a arrugarse al ver un tullido cadáver.
Manchas de sangre en el suelo por supuesto, dedos de las manos mutilados, cabellos arrancados y esparcidos, uñas desprendidas, una pierna rota con el hueso totalmente astillado, el abdomen perforado y un cráneo partido por la mitad con los sesos escurridos.
Cristina vomitó. Vomitó sobre su ropa. Vomitó sobre el cadáver y manchó aun más la alfombra sucia y peluda…
Reparó encima de la cama, agobiada y con los ojos por salirse de sus cuencas. Cuando miró las sabanas ennegrecidas y mugrientas difícilmente contuvo un chillido.
¿Qué era ese lugar? ¿Cómo o quien la había llevado ahí? ¿Cuanto tiempo llevaba y cómo es que dormía tan impertérrita? Todo esto se preguntaba.
De un brinco saltó de la cama, esquivó papel periódico quemado y basura maloliente, y de todos modos cayó sobre un charquillo en la alfombra peluda, mojando sus pies descalzos.
“Miedo”, fue lo primero que llegó a su cabeza tras analizar minuciosamente el liquido espeso y frío bajo sus pies. Hacía que la alfombra casi se viera negra a pesar de que el color granate no era oscuro, y despedía un olor que le resultó familiar… hierro.
De inmediato sus sentidos se alteraron, su respiración se volvió dinámica, el latir de su corazón fluía desbocado, y su mirada clandestina vagaba sin rumbo elocuente.
-¿Cómo salgo de aquí? -débilmente susurró.
Después de unos segundos de meditar la situación sin llegar a un punto claro comenzó a mover la cabeza de lado a lado. Deslizó los pies temblorosos hasta llegar a la primer puerta que pudo visualizar, la perilla tenia manchas de oxido. De un tirón giró la chapa y la puerta casi se le vino encima. Un olor nauseabundo le inundo las fosas nasales al grado de provocarle leves convulsiones de repugnancia. No lo había notado, pero la puerta que ella abrió no era una salida, era de un armario pequeño. Su rostro comenzó a arrugarse al ver un tullido cadáver.
Manchas de sangre en el suelo por supuesto, dedos de las manos mutilados, cabellos arrancados y esparcidos, uñas desprendidas, una pierna rota con el hueso totalmente astillado, el abdomen perforado y un cráneo partido por la mitad con los sesos escurridos.
Cristina vomitó. Vomitó sobre su ropa. Vomitó sobre el cadáver y manchó aun más la alfombra sucia y peluda…
-¡Pesadilla!
-gimió tras levantarse tambaleante de su cama
tibia.
Miró a su alrededor para cerciorarse de que estaba en su bonito cuarto, en su casa. Emitió un suspiro tranquilizador-. Era sólo un sueño -dijo tranquilamente, luego se llevó una mano a la cabeza.
Después de acicalarse salió de la habitación para ir a contarle su loco sueño a su madre.
Miró a su alrededor para cerciorarse de que estaba en su bonito cuarto, en su casa. Emitió un suspiro tranquilizador-. Era sólo un sueño -dijo tranquilamente, luego se llevó una mano a la cabeza.
Después de acicalarse salió de la habitación para ir a contarle su loco sueño a su madre.
La
madre de Cristina seguía en la cama recostada bocabajo,
las cobijas estaban muy revueltas. Al acercarse la chica sintió que
pisaba algo. Volvió hacia el suelo y así pudo mirar
un frasco vacío, pastillas para dormir regadas. Algo le
palpitaba en el brazo, un incesante y ligero dolor. Lo levantó a
la altura de su nariz para darse cuenta de que tenia una mano
perfectamente marcada cerca del codo… esto provocado por
un apretón. Regresó la mirada a su madre que ya no
respiraba, parpadeó un par de veces y luego dio la media
vuelta.
Esa
mañana Cristina tuvo ganas de pintar.
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