-Andrés,
cierra la puerta ya! y trae corriendo ese material, dale!
Andrés
es mi mejor amigo, es como un hermano, como el que siempre quise
tener, lástima que mi madre murió el día en que nací, y mi padre
nunca mas quiso casarse. Creo que esa soledad de tener a mi padre
lejos de casa todos los días, me empujó a la calle, a la fría
ciudad, a esos ríos de asfalto y selvas de concreto en donde
encontré a mi hermano.
Pero
Andrés nunca fue un tipo normal, es decir, normal para el común de
las personas, siempre fue un tipo metido en su mundo, de ojos
perdidos y gesto apático. La cercanía que llegué a tener con él,
provocó mi entrada a su mundo, ese sitio implacable e imaginario, al
que muchos entraban pero no salían, contra el que la batalla era tan
dura que terminaba por absorberte, el mundo de las drogas.
-Oye!
Andrés!, por qué no te apuras? pásame rápido esas agujas, que me
estoy muriendo de ganas.
Me
saqué la camisa, y coloqué de manera apretada el torniquete en mi
brazo, sentía como iba perdiendo el flujo de sangre hasta
que mis dedos se sentían entumidos. Ese material estaba ya en
la aguja, listo para recorrer mi torrente sanguíneo, y hacerme
sentir que el mundo no existía, aunque sea por un segundo.
Respiré
profundo y clavé la aguja en mi brazo, sentí como en milésimas de
segundo mi cuerpo entraba a un estado de placer inmenso, al nirvana,
y mi cerebro se dirigía al cielo, mi pupila rápidamente empezó a
dilatarse.
-Andrés,
dame más! que este viaje esta bien loco!. Nunca creerías lo que vi.
No
había mas, no podía creerlo, no creía lo que oía. Seguramente era
un error, y Andrés estaba jugando conmigo. Imbécil, tratando de
burlarse de mí. Seguro se la está guardando para él, y no me
quiere dejar nada a mí. Se lo iba a quitar, aunque necesite usar la
fuerza. Me levanté de la silla en la que estaba sentado, y mientras
el estaba de espaldas viendo hacia la ventana, me acerqué por detrás
y le hablé al oído, necesitaba más, pero insistió en que ya no
quedaba, mi respiración se volvía más fuerte con cada palabra
suya; mis ojos inyectados desangre por
la ira estaban perdidos, como los de un loco. Di dos pasos hacia
atrás y tomé el cuchillo que estaba sobre la mesa, se lo puse al
cuello y le pedí la droga una vez más. No tenía mas, y al parecer
yo no tenía otra opción.
Lo
he tomado por la frente, él sigue de espaldas y le he cortado una
parte de la oreja. Empezó a sangrar y está dando la vuelta para
defenderse. No le voy a dejar, apenas se da la vuelta lo embisto con
el cuchillo al frente, lo he herido en el brazo, a pesar de eso es
capaz de lanzarme una patada y enviarme al suelo. Pero no solté el
cuchillo, así que mientras él pasa junto a mí alcanzo a cortarle
el tendón de Aquiles y cae inmediatamente al suelo, junto a mí.
-Vaya
que te has dado un buen golpe, ahora vamos a ver si me vuelves a
negar lo que quiero.
Me
acerco a él, y mientras se retuerce del dolor, paso la punta del
cuchillo por el lado izquierdo de su cara, la sangre sale despacio, y
sus lagrimas la vuelven un poco menos espesa. Tomo su mano, y miro
sus dedos quemados por tanto prender porros, los tomo con fuerza y se
los voy rompiendo uno por uno, siento el crujir de sus huesos, y sus
gritos que contrastan con su pálida piel, producto de la
hemorragia. NO contento con eso, le corto sus dedos pulgares, se los
arranco de raíz, puedo ver sus falanges, destrozadas. Lo veo a la
cara y su mirada se centra en mi, no me reconoce, no se lo hubiera
imaginado, pero se lo merecía.
Es
verdad, su otro brazo estaba ileso aún, así qu empuñe el cuchillo
de manera firme, y se lo clavé justo en la parte del pliegue del
codo, debo aceptar que disfrutaba su dolor, sus lágrimas y lamentos
me hacían sentir fuerte, poderoso. Ahora si era tiempo de buscar las
drogas, seguro las guardaba bajo su ropa, asi que rasgué su camisa
con el cuchillo, pero no encontré nada, perdí totalmente el
control, y lo tuve que hacer: clavé el cuchillo a la altura de su
pecho y lo dirigí hacia abajo hasta abrir todo su tóraz y su
abdomen, nunca había sentido como la sangre puede ser tan caliente
al recorrerte el rostro. Diez, once, doce….treinta,
trenta y uno, treinta y dos….perdí la cuenta de cuántas puñaladas
le dí, y nunca encontré nada. Recorría la sala y me acomodé en el
sofá, el cuerpo seguía tendido, aún sangraba, sus ojos nunca se
cerraron, veían al infinito, como cada vez que nos drogamos, pero
este viaje sería más extenso.
Vi
a través de la ventana, y el sol me dio de frente en el
rostro, sentí como se contraía mi pupila,, cerré lo ojos. Cuando
los abrí, ahí estaba Andrés, mirándome de manera
extraña, preguntándome si estaba bien, yo sólo le
contesté:
-Andrés,
dame más! que este viaje esta bien loco!. Nunca creerías lo que vi.
No hay comentarios:
Publicar un comentario